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Fue un hombre adelantado a sus tiempos. Un avezado y extraordinario pionero en el mundo del montañismo. Un gigante sin madera de héroe. Así fue Andrés Espinosa. En 1931, cuando trasladarse a los Alpes ya suponía todo un reto, partió hacia el Kangchenjunga, el gran Himalaya. Para entonces, portaba en su mochila vital tres primeras ascensiones en solitario: el Mont Blanc, el Cervino y el Kilimanjaro. La guerra de 1936-39 interrumpió la trayectoria de este montañero de Amorebieta, que nunca pudo volver, solo y libre, a aquellas grandes montañas por las que había caminado. En gran medida, la historia montañera del pueblo vasco se ha escrito sobre la huella dejada por sus pasos.